miércoles, 29 de septiembre de 2010

LA HISTORIA DEL CASTILLO DE MUR

A veces me pongo a pensar, y recuerdo todo el trascurso de la humanidad, mis antepasados, historias fantásticas…
La guerra reinaba por las tierras Pallaresas. Te estoy hablando de mucho tiempo atrás, cuando nuestros padres, abuelos y tatarabuelos aún no existían. El Castillo de Mur pertenecía entonces al señor Arnau Mir de Tost. Era un conde muy importante en aquel momento. A él le pertenecían distintos castillos de las tierras leridanas.
El castillo de Mur, era la construcción más bien situada y de más valor que tenía aquel noble. Por eso, se encontraba en constantes ataques con el fin de invadirle su preciosa residencia. Arnau defendía como si le fuera la vida a aquel castillo que lo había visto crecer y sólo lo abandonaba si la causa se lo merecía y estaba bien justificada. El castillo no era muy grande, pero poseía una amplia colección decorativa de considerable importancia. Tenía un grupo de criadas y caballeros a la disposición del conde, y no había nunca ningún problema de coordinación a causa del buen ambiente que se respiraba en aquel edificio.
Todo reinaba junto a la paz y la fraternidad hasta que un día, unas nuevas tropas vinieron a atacar al castillo del señor. Este ejército, pero, no era como los otros, sinó que poseía muchos más caballeros y un noble a la cabecilla, ni más ni menos que el señor de Aragón, uno de los más poderosos del reino de España. Arnau no había previsto aquello. Los primeros rayos del sol rompieron el sigilo de la noche. Las tropas aragonesas iban ganando territorio mientras los hombres del castillo luchaban con sudor y sangre, con inútiles esfuerzos que iban a cobrar con su vida.
Durante una de las luchas, Arnau experimentó una nueva sensación en medio de todo aquel mar de lágrimas, una chispa de esperanza, un galope en su corazón. Sintió algo nuevo dentro suyo, algo que le sacaba por algunos momentos del duro corazón de un luchador: el amor. Ella era Valença, la hija del rey de Aragón.
La lucha terminó para entonces, los hombres aragoneses dieron un día de tregua a aquella difícil batalla. Arnau seguía pensando en cómo podía ganar al rey , pero su cabeza cambiaba de sentido para llegar siempre a la misma imagen, Valença, con su piel blanca y su melena negro carbón, con aquellos ojos que reflejaban una mirada pura pero con una expresión de dolor en la cara, él sabía que podría llegar a hacerla feliz.
Valença había sentido lo mismo por el conde aquel día. Al cruzarse sus miradas, había nacido un nuevo fruto entre ellos, había nacido el amor.
Ella era una chica valiente, segura consigo misma y dispuesta a hacer lo que hiciera falta para cumplir sus sueños así que camuflada con el vestido de una criada a la cual había contado su historia, se fue hacia el cuarto de Arnau.
Él le ordenó que le trajera un vaso de vino y al cabo de un segundo tubo tiempo para reconocer quien era. Era ella, la chica de la cual se había enamorado en la última lucha.
Los dos se abrazaron, no había palabras, aquel momento era como la eternidad deseable.
Cuando se despertaron de aquella fantasía, Valença le contó su plan a Arnau.
El truco para que el ejército de Aragón fuera invencible era la inmortalidad del padre de Valença, nada podía matarlo ni siquiera un disparo en el medio del corazón, nada. Sólo ella y su madre conocían su secreto, el punto débil del rey era el meñique, de la mano izquierda, si se los cortabas, el rey moría al instante. Este hecho paranormal era así desde que era pequeño. El niño nació con aquel dedo más desarrollado que los otros, no se sabía el porque y empezaron a ir a médicos para que descubrieran aquel misterio. La única persona que supo ver lo que tenía, fue la bruja del pueblo, Mariana. Le contó que esto era genético y que alguno de sus antepasados habría tenido también aquellos mismos síntomas.
Arnau corrió a reunir a todos sus hombres y convocó otra batalla inmediata, los aragoneses aceptaron. Querían acabar con aquello de una vez por todas.
La batalla empezó. Arnau, con todo el coraje del mundo luchando por el amor a Valença y a su querido castillo, avanzó cortando cabezas hasta llegar al invencible rey. Manejó la espada con unos movimientos ligeros y hábiles y le cortó el dedo. Fue cosa de unos segundos para que se cayera del caballo y perdiera la vida, dejando a su alrededor un ejército perdido, que al verlo abandonar este mundo, giraron galopando lo más rápido que podían. El hermano de Valença la cogió por el brazo. Ella le hizo que no con la cabeza, entonces el futuro rey de Aragón lo supo. Era su hermana quién los había traicionado. Todos los caballeros de Mur empezaron a gritar, bailar y celebrar la victoria.
Mientras tanto Arnau y Valença observaban cada paso que daban los caballos dándose la fuga por la ladera de la montaña hacia Aragón. Sin su rey, sin su poder inmortal, sin un rumbo a seguir.
Ellos dos permanecían abrazados, iluminados por la luz rojiza de la posta del sol, alimentando aquel amor que tantos años les había costado descubrir, aprovechando cada momento que les llevaría a una eternidad juntos.

Venir aquí, ahora que este castillo está en runas, me hace recordar la historia de mi familia. Sí, pertenezco a la familia de los dueños del castillo de Mur, soy hijo de hijos de Arnau y Valença, y me siento orgulloso de esto. Ahora, el castillo, ya no pertenece a nuestra familia, es patrimonio cultural. Pero lo que sí que pertenece a mi familia son los recuerdos y la historias que se esconden entre sus paredes, la sensación que siento cuando estoy delante suyo, el poder de pertenecer a una maravilla como aquella.




Clàudia Bochaca

Una recompensa, ¿merecida? (fotografía)

Agradece a la vida todo lo que te pueda ofrecer pues hay veces que no existen las segundas oportunidades.
- ¡Cúralo por favor!
- ¡No puedo, si lo curo me matarán! Me declararán hereje de la patria.
- Usted es monja, ¿va a ofender a Cristo?
- ¡Usted no sabe nada sobre Él!
- Puede que no, pero mi hijo se está muriendo, necesita ayuda urgente y usted es la única que puede hacer alguna cosa. Por favor, si le cura la puedo ayudar. No tengo mucho dinero pero la daré todo lo que esté en mis manos.
- Lo siento de verdad, ¡pero mi valeroso rey me matará si le ayudo!
- ¡Se lo suplico! ¡Sólo tiene 15 años!
- ¡Briggitte, ven aquí corre, los musulmanes están instalándose a los alrededores del castillo, tenemos que irnos!
- No se vaya querida monja, por favor, acepte mis tierras, mis joyas, todo lo que tengo, pero cúrelo por favor.
- Perdóneme Cristo, pero he de marchar, no puedo curarlo.
- ¡Qué Dios la maldiga monja! Celebre en el castillo los días que le quedan, pues usted está maldita y al igual que mi hijo morirá.
Briggitte corrió en dirección al soldado que la protegía en medio de toda la batalla. Entraron por unos túneles subterráneos y llegaron al castillo. Al Castillo de Mur. Era un castillo grande en lo alto de una montaña. Las vistas eran impresionantes, siempre había querido vivir allí. Briggitte se dirigió hacia la cámara del rey donde tenía que explicar el recuento de muertes y heridos de ambos bandos. Ella hacía todo lo posible para contarlos pero no era ni mucho menos una ciencia exacta. Cuando acabó se fue hacia sus aposentos, eran más bien lujosos, una cama, una mesa y una vela acabada de encender. Tenía muchos remordimientos, tenía que haber ayudado al pobre hombre, no se lo merecía. Su rey no le gustaba pero el propio no es que fuese muy diferente. Se fue a dormir pensando: “¿Soy mejor persona por adular a mi Dios y por repudiar el de los demás? Quizás sí, siempre me lo han dicho”.
Briggitte se levantó sudando, no era de día y según la luna todavía faltaba para serlo. Cogió su vela apunto de apagarse y se dirigió hacia la cocina para echarse un poco de agua. Iba caminando y sus pasos era el único sonido que se oía. Se apagó la luz de su vela. Un viento empezó a azotar a todo el pasillo y Briggitte empezó a notar cómo se iba congelando poco a poco, ella pedía auxilio, pero nadie acudía. Gritaba y gritaba. Se despertó, era un sueño, miró hacia la luna faltaba mucho para que fuese de día. Se asustó como una niña pequeña cuando no encuentra a su madre. Aunque no distaba muchos años de ser una niña, sólo tenía 17 años. Y cómo tal, hizo lo que cualquier niña haría, gritar. Cinco o seis hermanas aparecieron y le dieron unas cuantas mantas; ella estaba muy fría, hipotérmica.
A la luz del alba Briggitte se sentía cansada y recordaba las palabras del joven padre: “Celebre en el castillo los días que le quedan, pues usted está maldita”. Y si era verdad –pensó. No puede ser, Él me protege.

La batalla continuaba y Briggitte se preguntaba si de verdad valía la pena luchar por el poder. Quizás no- pensó.
Briggitte sintió la necesidad de visitar el sitio donde pocas horas antes había estado su paciente. Allí había una cruz hecha con palos de madera y en ellos estaba gravado:
“Este era tu Dios, no? Pues así lo he enterrado, cómo usted quería, con una cruz. Pero recuerde que no muere solo, usted caerá con él. Por el nombre del padre, del HIJO, del espíritu Santo,
Amén”.
Briggitte estaba muy asustada, ella no quería morir, al igual que el chico de 15 años. Se sentía impotente, al igual que el padre del chico; se sentía como ellos. Tenía que encontrar al padre, le tenía que pedir disculpas era lo menos que podía hacer. Cogió una sábana blanca y trotó hacia el campamento enemigo. Con mucho valor pregunto: “¿Está aquí el padre del niño fallecido?” Nadie contestó, la miraban con cara de asco, la repudiaban y ella se arrepentía. No lo curó por creer que unas personas son mejores o peores, porque creía que una gente que no quería a Cristo no podía ser feliz y ahora ella lo entendía. Los musulmanes de justo delante suyo se apartaron y dejaron a la vista una gran cruz con el padre clavado en ella. Briggitte gritó, sollozó. Cuando se recompuso dijo: “¿Por qué le habéis hecho esto?” Los musulmanes no contestaban, no entendían lo que decía, pero la repudiaban. Uno de ellos empezó a lanzar flechas a su alrededor, tenía que correr, todos lanzaban flechas, algunas incendiadas, cada vez se acercaban más y más, Briggitte estaba agotada, no podía correr más, se tuvo que parar, creía que no estaba a tiro. Se sentó y miro hacia el río de delante. En el reflejo vio al hijo, más tarde al padre, los dos sonreían.

Una flecha la alcanzó.

(De la redacción a partir de la fotografia)



David López

EL CASTILLO DE LAMBRI

DESCRIPCIÓN DE UN CASTILLO

Ahora os voy a describir y a contar la historia de un castillo, el castillo de Lambri.
El castillo es de la Edad Media, y en estos momentos está en ruinas, pero en su era de esplendor era muy bonito.
Está construido sobre una montaña de piedra, para que cuando viniesen sus enemigos, pudieran verlos venir y prevenirse, armar a su ejército e irse a esperarlos. En aquella época había batallas casi cada día así que la gente ya estaba acostumbrada.
El castillo en si, es grande, pero tiene como dos partes: la parte del castillo (la más grande) y la de un poco más abajo, que eran algunas casas. No os penséis que era un castillo de reyes y princesas, era el castillo de un noble. Este era tan rico e importante que tenía un ejército propio. Todos sus soldados vivían en su castillo con él, su mujer y sus dos hijos. El mayor era el que sería el heredero de la fortuna de su padre y al pequeño lo enviarían a un colegio de monjes.
No era muy grande, así que los soldados tenían que dormir en las cuadras con los caballos o estar de vigilancia toda la noche. El noble, el señor de Lambri, tenía también unos campesinos que vivían alrededor del castillo (en las casitas que he dicho antes) con sus familias y trabajaban para él. De ellos sacaba la comida, pagándoles muy poco. Les cedía sus tierras y ellos las conreaban, tanto para su señor como para ellos. Por la época en la que estaban el señor de Lambri era muy bueno.
Ahora están todas derruidas y solo queda su estructura, las paredes de fuera. El castillo en cambio, por dentro aun conserva algunas de las paredes principales que con los años han sido arregladas varias veces. En la parte trasera del castillo, hay un acantilado, eso hacía que por ese lado ya no hiciera falta vigilar.
Para llegar al castillo hay un camino, al cual puedes acceder con el coche, pero antes nos se podía acceder fácilmente, cosa que lo hacía más seguro. Se tenía que subir por un caminito de la montaña, estrecho y rocoso, después al llegar delante del castillo tenías que acceder a la muralla. De la muralla ya no se conserva ninguna parte. Se ve que en una de las batallas un rey que quería las tierras y las riquezas del noble la tiró al suelo entrando en el castillo y robando todo lo que tenía. Le perdonó la vida, a él y a su familia, pero se llevó a su hijo pequeño, para que se casara con su hija. El noble y su mujer no volvieron a verle más. Por esto el castillo está derruido, porque al no tener nada no pudo reconstruirlo. Y tanto él como su familia se fueron a vivir en una cabaña que tenían en el bosque, o eso dice la historia. El castillo se quedó tal y como lo dejó el señor Lambi y ahora forma parte del patrimonio catalán.
Por esto en lo alto de la torre del castillo hay una bandera catalana. Al pasar los años y existir la comunicaciones en la montaña hay pilares para la electricidad.
Este castillo se puede visitar y aunque está un poco degradado es bonito de ver. Puedes subir hasta la torre, ya que la escalera aun aguanta y la han reformado. Y desde ahí hay una vista magnífica.


MARTA OLIVA ALBERT

El silencio de la noche...

El silencio de la noche se rompió con el seco sonido de un disparo. Yo estaba durmiendo y salté de la cama de un salto, comencé a gritar como un desesperado, me fui corriendo hasta la cocina y vi todo el charco de sangre junto al cadáver de mi perro Gimbo, comencé a mirar por los lados si había algún rastro del asesino, pero no vi a nadie y salí a fuera y me encontré un matorral de pelos de color negro, yo me asusté porque pensaba que esos pelos eran de un lobo, y me fu corriendo a casa a llamar a la policía y a una ambulancia. Primero llegó la policía, examinaron el cadáver de mi perro y después me interrogaron a mi, yo estaba muy nervioso y triste. Uno de los policías encontró unas manchas de sangre a mi habitación y el jefe de policías sospecho tanto de mi que me arresto provisionalmente hasta que se terminara la investigación mientras que a Gimbo se lo llevaron al centro de cadáveres de animales.
Yo estaba en la cárcel mirando el cielo, ese día había luna nueva, y de repente me empezó a doler la barriga i la cabeza. Estaba notando cambios en mi cuerpo, me mire los brazos y vi que tenia mas pelo de lo a menudo, sentía que los dientes me crecían junto con las orejas. Me mire al espejo i vi que todo mi rostro había cambiado por un hombre lobo. Yo grite como un desesperado rompí los barrotes y me fui al bosque a buscar refugio, por supuesto que todo el cuerpo policial, los cazadores furtivos... me estaban buscando para matarme, toda la noche escondiéndome de la muerte hasta que llege a un laboratorio, entre y el científico que había allí se aterrorizo, pero yo le explique que me pasaba, el me entendió y me acepto ayudarme. Me hizo una pruebas para ver come estaba y al final me dio unas pastillas y al cabo de diez segundos volví a ser un humano corriente, yo me fui corriendo a buscar los que me estaban buscando y les explique todo ellos lo entendieron, pero siempre hay una persona que lo echa todo a la mierda, y me disparo entre ceja y ceja y caí en seco.

Pau Maza

El silencio de la noche...

El silencio de la noche se rompió con un seco sonido de un disparo, sobrecogida , me pongo de pie de un salto, empiezo a mirar para todos los lados y estoy tan aterrorizada que me quedo congelada como una estatua, no se del cierto que ha sido ese estruendo o no lo quiero saber, pero lo que sí sé es que estaba muy cerca de mi casa.
Cuando recupero todos mis sentidos, caudalosamente, me dirijo hacia la ventana y allí entre la oscuridad de la calle puedo distinguir una silueta negra que avanza lentamente hacia mi ventana, mis temores vuelven tan deprisa como se han ido, cierro corriendo la luz del comedor y es entonces cuando el mismo ruido penetra en el cristal de mi ventana, no se que hacer, cojo el teléfono y llamo a mis padres pero comunica, llamo a la policía pero en ese mismo instante alguien me ha cortado la linea, ese hombre abre mi ventana y entra en la casa, quiero escapar pero es demasiado tarde, él me arrincona en una esquina, quiero chillar para que los vecinos me oigan y vengan hacia mi, pero es como una de esas pesadillas en el que el terror te come la voz y solo me sale un simple gemido.
Lo último que recuerdo es que me dio un fuerte golpe en la cabeza, supongo que fue con la misma arma en con que produjeron esos tiros.
Ahora me encuentro en una habitación húmeda, y oscura, pero un débil rayo de luz me deja mirar mas o menos donde me encuentro, pero estoy completamente desorientada y aturdida, oigo unos pasos muy fuertes por lo que me imagino que será un hombre grande y corpulento, hago ver que todavía estoy inconsciente por el golpe; se queda un instante observándome y después se va.
Conmovida todavía por el chichón de la cabeza me levanto y observo la sala y veo una pequeña ranura, doy una patada, se rompe y me encuentro en el exterior, salto más o menos unos tres metros y mis tobillos no soportan el fuerte golpe del suelo y me quedo unos segundos tumbada, pero me reincorporo rápidamente y empiezo a correr, no se para donde voy pero lo que tengo claro que no me separaré de las multitudes, cuando realmente pienso aliviada que mi pesadilla se ha terminado, un seco sonido de un disparo me toca la nuca y caigo desplomada en el suelo.
Andrea Barbeta Burgos

Joel

En una caliente noche de invierno en la que ni los murciélagos hicieron acto de presencia, estaba yo parado en la farola observando a las dos bellas mujeres que pasaban por delante de mis pequeños ojos, comparados con los ojos de mi amigo Paolo del que se dice que le basta con un solo ojo para ver. A mi izquierda me parece, digo que me parece porque en verdad no lo pude ver bien por culpa de Paco que siempre se está en el medio cuando menos le necesitas, había una pareja que no se si se estaban enrollando o se estaban discutiendo por el idioma no parecían de aquí pero quien sabe, hay algunos que pegan unos berridos por cualquier cosa que asustan. Vamos a lo interesante. Cuando por fin mi vista no enfocaba el gran regalo con el que me obsequió Dios con esas dos mujeres, que por cierto, nunca diré que me fui con mal sabor de boca, vi como un matrimonio dialogaban con Paco, me pareció raro que Paco conversase con unas personas que deberían tener unos cuantos años más que el pero no me dio tiempo a preguntarle y la verdad es que tampoco me lo hubiese dicho, no era una persona de muchas palabras. Pasados unos pocos segundos deduje que no era una conversación entre amigos. De repente el silencio de la gran noche se rompió con el seco, para ellos, sonido de un disparo…

                                                                                    Joel “Chuck Norris” Gómez

El silencio de la noche se rompió en el seco sonido de un disparo

Me asomo a la ventana al despertar veo el jardín y recuerdo a Victoria cuando daba aquellos paseos en la brisa de la mañana. Al inclinarse para coger su ramo diario de amapolas se le veía todo su escote moreno y juvenil, que tanto amaba. Al terminar las olía con deleite y se sentaba a la mesa que había al lado de la fuente, cruzaba sus piernas largas y empezaba a leer con atención su libro el PLACER DE AMAR, mientras esperaba que mi compañera le llevase el desayuno.

-          Aquí tienes señora, chocolate caliente con galletas, las trajo su padre de su último viaje a Madrid.
-          Muchas gracias, Irene se puede retirar. Esa era su primera frase del día.

Entonces empezaba a saborear el excitante gusto de aquel manjar. Mientras yo observaba, su piel bruna, sus manos tiernas que acariciaban el dorado color de su pelo con mucha naturalidad, sus ojos marrones atentos en la lectura los cuales expresaban todos sus sentimientos a quien los mirara.
Y que deciros de la paz que sentía cuando sus labios finos tocaban con suavidad en mi mejilla de piel curtida.

Si estaba enamorada de Victoria o  mas bien las dos estamos completamente enamoradas, nos amábamos pero el destino no quiso que fuéramos felices, porque nuestro amor y afecto estaba compartido con su marido, un hombre poderoso y  muy posesivo. Pero todo esto queda en el pasado, en el presente su rostro ya no esta,  solo me queda sus recuerdos y su alma que aun que parezca extraño esta en mi en todo momento y eso me anima. A veces la escucho cantar en el baño esa canción que decía “Yo me voy y tu te quedas aquí”… cuando oigo su voz mis ojos azul- verde  se me llenan de dulces gotas saladas que me van resbalando hasta caer en mi pañuelo de flores donde al instante desaparecen pero se que están allí, aunque son invisibles
Nuestras historia fue una historia, de amor imposible pero eterno como la de Romero i Julieta, una amor entre dos mujeres, una señora  de clase alta y una simple sirvienta. Que termino por temor.
Jamás  olvidaré nuestra primera vez  que sentimos el calor mutuamente en aquella habitación y nuestra ultima vez la del once de enero de 1890, un día de invierno tranquilo  donde los tejados y las fachadas de las casas estaban llenas de blanca nieve cuando el silencio de la noche se rompió en el seco sonido de un disparo.

El silencio de la noche se rompió con el sonido de un disparo

El silencio de la noche se rompió con el sonido de un disparo. Esta era la única realidad que sabían los demás. Los que pensaban que sabían toda la realidad, los que te miraban diferente mientras por dentro se decían “pobrecito”, los que pensaban que a mi amor solo la atracaron y la mataron y yo no lo vi con mis propios ojos, los que hacían ver que siempre te habían hablado y hacía años que no te hablaban y de golpe te empezaron a hablar por lástima, los que se engañaban a ellos mismos. En realidad miento un poco porque también sabían que había perdido el amor de mi vida y que jamás, jamás! la volvería a ver, aunque yo me engañaba diciéndome que algún día la volvería a ver y le podría decir todo aquello que jamás le pude decir y la podría volver a acariciar y besar.
Pero ya es hora de contar la verdad y de desmentir los demás. Solo os la contaré a vosotros y a nadie más, porque, si no, todavía me mirarían con más lástima y lo odiaría muchísimo.
Veréis, era una noche de invierno de enero, fría muy fría. Yo quedé con mi chica a las diez de la noche para ir a cenar a un restaurante italiano. Faltaba tan solo una semana para casarme con ella, aunque ya llevábamos nueve fantásticos años, desde que éramos unos niños, o mas bien dicho, unos adolescentes, viviendo el mejor amor y el único de nuestra vida. Yo la esperaba en el portal del restaurante, estuve un rato esperándola como siempre mientras miraba el reloj y me desesperaba por besarla. Al final llegó preciosa como siempre y corriendo. Al llegar respiró un poco con su flato y me cogió de la cara, me beso con pasión y se disculpó por su retraso. Aquella cena jamás la olvidaré. Todo el tiempo ella me decía con sus ojos brillantes que me quería. Hicimos planes para el verano, como irnos de crucero, luego hablamos de nuestra futura casa y de los hijos que queríamos tener. Más tarde salimos a dar un paseo por al ciudad. Estaba silenciosa. Tan solo de vez en cuando, cuando pasábamos por delante de un bar, escuchábamos música y ruido.
Entramos en una discoteca donde habíamos quedado con nuestros amigos, estuvimos bailando y bebiendo hasta las siete de la mañana. Al salir me ofrecí para acompañarla a casa. Ella no quería, pero la acabe acompañado y jamás me arrepentiré de haberlo hecho. Fuimos paseando con lentitud, el silencio inundaba las calles, tan solo se sentía nuestra voz y nuestras palabras, nos pusimos por un callejón oscuro. Entonces de golpe un chico más o menos de nuestra edad, alto y con buenos músculos, nos tiró hacia la pared. Mi niña se giró y pensó que era una broma: “Oye no hagas estas bromas, que son bromas muy bruscas muchacho!”. Y el por respuesta la pegó, cosa que le hico ver que no era una broma. Yo salté y le di un golpe como el que jamás había dado y nunca más daré. Aun me pregunto de donde saqué tantas fuerzas. Entonces el me volvió a dar, me cogió de los pelos y me dijo que le diera todo lo que llevara encima. Aunque yo no era un chico de dinero le dí mi reloj, mis collares, escondí el anillo en mi chaqueta (por esto ahora mismo lo tengo en mis manos), mis collares de plata y oro que siempre llevaba encima, y 50 euros que me habían sobrado. Pensé que con todo aquello tendría suficiente para compararse sus drogas, o que se yo. Pero no fue así, porque quería más. Y por mucho que yo le dijera que ya no tenia nada mas, el no me creía. Entonces  sacó una arma y intentó disparar a la única chica que amaba. Yo le detuve poniéndome delante de manera que me dio en la pierna. Me empezó a salir mucha sangre. Ella se agachó y sacó un pañuelo para intentar parar la sangre. Y el la empezó a chillar: ”No te muevas!”. Ella se giró, lo miro con sus ojos brillante apunto de llorar y le dijo que era un fracasado. Fue el momento en que me di cuenta de que me amaba de verdad. Sabía que arriesgaba su vida diciendo aquello. Y entonces, si. El silencio de la noche se rompió con el sonido de un disparo.
El se fue corriendo y yo me quede allí abrazándola, besándola, llorando, mientras le decía que la amaba y que era la única chica que había amado y que amaré. Mas tarde llego la gente, las ambulancias, los policías…
Aquella noche me nacieron dos deseos en mi corazón: matar aquel desgraciado y volver a ver      la mujer de mis sueños.

Dora Sagristà Garcia

EL SILENCIO DE LA NOCHE SE ROMPIÓ:

Una noche de invierno, él estaba sentado en el banco de aquel parque de la avenida Röquemberg, justo debajo de donde vivía la señora Stuard.
Yo pasé por detrás suyo, sigilosamente para que no se diera cuenta. Pero él me conocía demasiado. –¿Cómo me has encontrado?- dijo él sin sorprender-se demasiado. -Sabía que te encontraría aquí- dije yo. Siempre que tenía algún problema o se peleaba con alguien venia al parque, se sentaba en el mismo banco y se ponía a pensar.
Edward era alto, con el pelo rizado y rubio. Tenía los ojos grandes y de color azul cielo. Era una persona amable, un chico en el que se podía confiar y muy honrado.
Por desgracia nos conocimos en el entierro de mi tía Katherine. Edward era amigo de mi tía, cuando era más pequeño la tía Katherine le cuidaba cada tarde.
Yo estaba triste por el fallecimiento de mi tía.
Cuando me quedé sola en el cementerio, Edward (me) puso la mano encima de mi hombro y me prometió que él cuidaría de mí, ya que soy huérfana de madre y de padre. Desde ese dieciséis de Octubre de mil ochocientos sesenta y cuatro no he dejado que nada ni nadie me hunda. 
Él no tuvo una vida fácil, ni tampoco yo. Supongo que eso es lo que hace que tengamos esta amistad.
Edward me confesó que estaba enamorado de una chica de Nueva York. Yo me quedé sin palabras, llevaba media vida enamorada de él. Los dos, sin querer, nos quedamos mudos, como unos dos minutos sin dirigirnos la palabra mutuamente. 
El silencio de la noche se rompió por un triste suspiro de desamor. Sin querer dejé caer una lágrima por mis mejillas enrojecidas por el frio viento que corría por el viejo parque de la avenida Röquemberg.
Edward me explicó que la conoció en la universidad de Oxford, cuando estudiaba derecho. Por suerte o por desgracia iban en la misma clase, y en las mismas asignaturas.
Edward se lo confesó. Su amor parecía que le era correspondido. Pero la distancia era su mayor temor.








                                                                                                          Noemí Pérez

Se avecinaba un año aciago...

Se avecinaba un año duro para mi…primero de baxillerato, ese curso tan difícil que dicen que cuesta tantas horas de estudio para superar. Yo había tenido todo el verano para cargar pilas, y entonces, según los mayores ya estábamos lo suficientemente descansados para emprender un nuevo curso.
Mi madre, Cata me propuso que hiciera algún tipo de deporte para desconectar un poco después de clase, y como mi amiga Ana estaba en el equipo de baloncesto decidí apuntarme para probar suerte. Nunca los deportes se me habían dado bien. El martes, al salir de clase fuimos con Ana al polideportivo, donde se daban las clases de baloncesto. Allí lo vi por primera vez, se llamaba Manu y sería a partir de aquel día mi profesor de baloncesto. Fueron pasando los meses y ocurrió un hecho muy extraño, de golpe empecé a ser la más buena del equipo, me tiraban al aire a cada partido que ganábamos gracias a mí, era el ojito derecho de Manu, y para ser-nos sinceros…Manu no era solo el profesor con el que me llevaba buen rollo, Manu era el amor de mi vida…Cada vez que lo veía el corazón se me descompasaba hasta el punto de no poder respirar, los ojos me brillaban con alegría y con alguna inútil esperanza de que algún día llegara a ser mío…Pero mis vagos pensamientos desaparecían al recordar que estaba casado.
No conté lo de Manu a nadie, ni tan solo a Ana, con la que compartíamos todas nuestras penas y alegrías. Lloraba cada noche sola, en silencio, en medio de un mundo de fantasías donde nada podía llegar a ser real. El hecho es que yo me equivocaba.
Era una noche de Invierno, 19 de Diciembre si mal no recuerdo, el viento soplaba con todas sus fuerzas y pequeñas gotas de lluvia mojaban el cristal de la ventana de mi habitación. Entonces fue cuando lo vi, estaba allí, bajo la ventana de mi habitación, sentado, esperándome con la nariz roja del frío. Abrí la ventana y él dijo:
-Coge una maleta, pon todo lo que puedas dentro, quiero irme contigo, no importa donde ni como…Tu y yo solos…
-Ma….Manu… No, no lo estás diciendo en serio..
-Te quiero Georgi.
De golpe cerré la ventana y empecé a poner todo lo que encontré dentro de mi maleta: ropa de verano, de invierno, libros, el neceser… Dejé una nota encima de mi cama…

“ Queridos papá y mamá, me voy no puedo deciros nada más solo quiero que sepáis que estaré bién, y no olvidéis nunca que os quiero y que siempre os llevaré en mi corazón.
Besos,
Georgi”
Cerré la puerta con cuidado para no despertar a nadie, bajé las escaleras; las bajé tan rápido como nunca antes lo había hecho, fui por la partes de atrás del edificio y me lancé sobre sus brazos, él me abrazó y me besó, aquello no era un sueño, aquello era esa realidad tan dura, bonita y fantástica a la vez.
Aún no sé porque hice aquello… Era una adolescente sin ser consciente de los riscos que eso suponía, lo único que sabía era que nos queríamos y que los dos lo estábamos dejando todo el uno por el otro…El estaba abandonando a su mujer…yo me alejaba de mis padres sin saber que nunca más lo volvería a ver…Éramos dos personas ciegas por el amor… Él arrancó el coche, pero tuvimos que parar para abrazarnos, los dos llevábamos tanto tiempo esperando aquel momento que aún no nos podíamos creer que aquello pudiera ser real. Sentir a Manu tan cerca de mí, notar como se le aceleraba la respiración cada vez que se acercaba par a besarme, yo me volvía pequeña no sabía como asimilar aquello, por eso ahora digo que los sueños pueden hacerse realidad.
Estábamos yendo de camino hacia el aeropuerto, él me dejó escoger donde quería ir, y yo decidí Samoa, aquellas preciosas islas del pacífico donde siempre hace calor y nunca nadie no iba a encontrar. Aparcamos el coche, no había nadie en el pàrquing, no se oía ningún ruido, solos Manu y yo, en medio de la inmensidad de nuestros sueños. Todo ocurrió muy rápido, sólo recuerdo que el silencio se rompió con el seco sonido de un disparo.

NOMBRE: Clàudia Bochaca Sabarich

UN DÍA MARCADO

Era un día estupendo. Buen sol, prometedor y sin incidentes. La clase de día que nunca tengo últimamente. Pero éste, prometía.
Al acabar de hacerles el desayuno a mis hermanos, prepararlos para el colegio y despedirlos, me puse manos a la obra para desayunar, dejar la casa preparada, prepararme yo y salir al trabajo.
 Trabajo en una pizzería como repartidora. Cuando cumplí la mayoría de edad les dije a mis padres que quería una moto. Ellos me dijeron que tendría que trabajar para conseguirla. Y aquí estoy, repartiendo pizza por toda la ciudad.

Este trabajo tiene sus ventajas. Puedo conducir una moto, tener dinero propio y conocer las calles de mi ciudad. Aunque por otra parte, que te esté diciendo todo el mundo que éste trabajo no es para una chica, la verdad, no lo hace muy atractivo. Y, por supuesto, todos esperan que la cagues en algún momento para ha sí demostrar que tenían razón.

Por mi parte a mi me da igual lo que piensen los de más, yo necesito el dinero y me lo paso bastante bien. Eso es lo único que me importa.
Pero para poder tener éste trabajo mis padres me pusieron una condición.-Ten en cuenta, Jane, que para tenerlo tendrás que encargarte también de el desayuno de tus hermanos y no descuidar la casa -había dicho mi padre-.
-Es una responsabilidad muy grande, cariño, piénsalo bien había dicho mi madre-. 
Al principio se me juntaba todo. El trabajo, el desayuno de los niños, la casa y yo. Porque claro, tengo que dedicar tiempo para mi. Pero aunque estaba más atareada, conseguí organizarme bien y poder hacerlo todo a tiempo. No fue fácil, pero lo conseguí.
Claro que a hora cada vez que llego a casa estoy reventada. Y con mucha hambre. Mi madre siempre se está quejando porque tiene que hacer mucha más comida de la necesaria solo por mi. Siempre está diciendo: -Jane como no dejes ese trabajo, tendremos que ponerte a dieta-. Yo le respondí: -Mamá, quemo más calorías de las que como, además estoy cumpliendo al pie de la letra mi parte del trato, ¿cuál es el problema?
Cada vez que le respondía de esa manera ponía mala cara y refunfuñaba. Resultaba muy graciosa y yo me reía. 

Voy a tener que durar más tiempo en este trabajo más de lo que pensaba, puesto que quiero una moto y no he reunido dinero suficiente para ello, además, mis padres no quieren que haga turnos dobles, cosa que me dificultaría más, pero yo estoy dispuesta a soportarlo, sin embargo, ellos no.
Pero eso no me importaba, en realidad, este trabajo me gusta de verdad.

Mientras conducía por la carretera hasta la casa de un cliente levanto la mirada y ¿qué veo?. ¡Agg! Malditas nubes. ¿A caso es mucho pedir tener un día soleado? Al menos ha durado toda la mañana. No puedo quejarme.

Hoy he tenido más trabajo que de costumbre, puesto que es fin de semana. Gracias al cielo que este es el último pedido del día y podré irme a casa a descansar un poco. Estoy reventada.
Mientras conduzco hacia mi destino, me doy cuenta de que nunca había pasado antes por estas calles. No me resultaban conocidas.
Estaba todo muy silencioso y oscuro, sobre todo solitario. No había ni un solo farol encendido. Gracias a las luces de la moto puedo ver por donde voy, porque si no …
Me recuerda al corredor de la muerte …
Cuando al fin llego al edificio de la dirección, apago la moto, y más silencio. De repente me llega un escalofrío que me recorre todo el cuerpo. Y desde luego no es por el frío que hace.
No le presto atención y bajo de la moto, cojo la pizza y …

… el silencio de la noche se rompe con el seco sonido de un disparo. 





G. Yinaris G. Feliz

miércoles, 22 de septiembre de 2010

UNA NOCHE TRÁGICA

UNA NOCHE TRÁGICA

El silencio de la noche se rompió con el seco sonido de un disparo. Era una noche de enero, había nevado y todo el pueblo estaba durmiendo cuando lo oí, pero no fui el único. En ese momento empezaron a subir persianas y a abrirse puertas de balcones. Todo el pueblo salía a ver que era lo que había pasado en la calle y sobretodo si alguien había salido herido. Me levanté rápidamente y fui a buscar a mis padres. También ellos lo habían oído, fuimos todos hacia el balcón. Este daba a la plaza de la iglesia, y al salir, vimos una sombra que se escapaba por un callejón. Cuando perdimos a la sombra ya sabíamos que había sido su dueño el que había disparado y nos giramos todos hacia la puerta de la iglesia, donde, estaba el pobre párroco tendido en el suelo con un disparo en el pecho. Esto lo sabíamos por la extensa mancha de sangre que tacaba la nieve de su alrededor. Bajamos tan deprisa como nos permitían nuestras piernas. Corrimos hacía Juan, el cura, y solo llegar mi madre se tendió y le hizo de almohada para que estuviera lo más cómodo posible, aunque ya no se podía hacer nada. Estaba casi muerto, pero aún así le dio tiempo a decir unas palabras: “me voy con Dios”. Al terminarlas, cerró los ojos para no volverlos a abrir jamás. En ese momento mi madre no pudo contener las lágrimas y empezó a llorar, apretándolo contra su pecho y pidiéndole que despertara. Mi madre iba todos los domingos a misa y si entre semana podía también, y como ella todas las mujeres del pueblo, que en ese momento también lloraban. La gente iba llegando, la plaza se iba llenando y tal como llegaban y veían lo sucedido, a la gente le cambiaba la cara. Yo me preguntaba que debía haber pasado para que el párroco terminara de esa forma. Entré en la iglesia buscando algún rastro algún indicio… y ahí estaba, la puerta de la caja donde se guardaba el dinero de la iglesia estaba abierta. Me acerqué para ver el interior y efectivamente, estaba vacía. Salí para buscar al padre de José, el policía del pueblo y padre de mi mejor amigo. El señor Jesús me siguió hasta el interior de la iglesia y se miró lo que le enseñé, la pista que podía decirnos quién era el culpable. Al cabo de pocos minutos llegó la policía y la gente empezó a marcharse a sus casas, todos muy desconcertados y un poco asustados. Nosotros también nos fuimos. La tarde siguiente enterramos al pobre cura en el cementerio del pueblo, todo el pueblo estaba allí.
Al cabo de una semana salió en el periódico local la noticia a la que tantas vueltas le había dado. La respuesta a mis preguntas. La noticia contaba todo lo que había sucedido esa noche en la iglesia del pueblo.
Un hombre de la calle, Pedro Almara, había entrado a la iglesia con el propósito de robar dinero para poder comprarse algo para comer.
El párroco lo oyó y entró a la iglesia a ver que estaba pasando, cuando se encontró a ese tipo robando el dinero de su iglesia. Al ver al sacerdote, quiso escapar pero el religioso le consiguió coger cuando estaba ya saliendo de la iglesia donde el mendigo sacó su pistola y disparó sin pensar. Luego se fue por el callejón con el dinero. La policía ya lo ha detenido y él ha confesado.
Cuando la terminé de leer, pensé y llegué a la conclusión que a veces el hambre y la pobreza pueden más que los principios y que la propia gente. Cuando no tienes nada, no tienes nada que perder y haces lo que sea para sobrevivir, a costa de los demás seres que viven a tu alrededor.


MARTA OLIVA ALBERT

martes, 21 de septiembre de 2010

La cara del hombre extraño

La cara del hombre extraño

Aquella espantosa melodía no cesaba en mi cabeza. Siempre que iba a pasar algo malo aquellas notas retumbaban en mi cerebro. Siempre me ponía triste, pero esta vez era distinto, muy distinto.

- ¡Jake!
- ¡Ya voy mamá!
Aparentemente iba a ser un día normal, desayunar, acabar los deberes e ir al instituto. Lo odiaba, nunca había tenido verdaderos amigos, podía oír los pensamientos de la gente. ¿Nunca lo habíais pensado? ¿Cómo puedes tener amigos si puedes saber que lo único que quieren de ti son los deberes o bien piensan que eres completamente estúpido? Es difícil tenerlos, la hipocresía abundaba en mi instituto. Aparte también era psíquico, es decir, una extraña música sonaba cuando algo malo se acercaba, nunca me había gustado ese don. En el instituto sólo era “rarito”. No sabían nada de mí. Nada de nada.
Alguien llamó al timbre, un extraño hombre cuyo aspecto era débil, endeble, poca cosa. Pero su pensamiento era fuerte, al igual como su alma, muy difícil de entrar en ella. Apenas descifré que se llamaba John. Mi madre abrió la puerta y este cayó muerto a sus pies, como si su destino hubiera sido completado. Segundos más tarde, mi madre llamó a emergencias, gritando y sollozando. Cogió una sábana y se la puso por encima, para cubrir el cadáver de los típicos periodistas que lo único que querían era una fotografía del muerto para ponerla en revistas sensacionalistas. Mi madre me llamó y me abrazo muy fuerte, ella era la persona que más quería en el mundo, me acarició y en cuanto me soltó la espantosa melodía empezó a azotar mi cabeza. Algo iba a pasar y rápido, me dolía mucho, no solo no paraba como todas las anteriores, cada vez sonaba más fuerte y más rápido y siempre la misma melodía. Ni siquiera mi madre sabía acerca de mis dones, no ostentaba de ellos, no los quería. Ese día no fui al instituto, le dije a mi madre que estaba enfermo y fingí una tos poco creíble, pero ella entendía como me sentía en esos momentos. Me tumbé en el sillón y me puse la televisión para distraerme un poco. Pero la música seguía sin cesar, no la podía aguantar, era como la típica película de la OUIJA donde se mueren todos después de hacerla oyendo la extraña melodía. Pero hasta entonces nunca me había afectado a mí la música, siempre era a personas ajenas cuyas vidas me importaban bien poco, al igual que para ellos la mía. Entró una multitud de policías y periodistas en la casa, no tenía ganas de ajetreo así que decidí apartarme. Lo único que quería ver era su cara, la cara del hombre extraño. Tuve impedimentos para verla pero al fin lo conseguí, estaba pálido y frío como el hielo y tenía algo especial, algo que me avisaba, una señal. De golpe la música paró, pero no me sentí aliviado. La preocupación era aún más grande. No había pasado nada malo todavía, algo fallaba en mi don. Necesitaba saber que había pasado, cosa que era obvia que no podía preguntar a nadie ya que me hubieran tomado por loco.
Ya era de noche, nadie se oía, todo oscuro. Mi madre no llegaba, me puse nervioso y la música volvió a sonar, oh no. (pensé). Entonces la televisión se encendió sola, salió la cara del hombre extraño, esta vez vi algo más en esta, sus facciones dibujaban claramente una pistola, era una señal, lo sabía. Algo iba a pasar, los tambores sonaban cada vez más fuertes, me dolía la cabeza, estaba a punto de estallar, oía gritos, desesperación, muerte. La música cesó de nuevo volviendo a parecer que era la única persona del mundo.
El silencio de la noche se rompió con el seco tiro de un disparo.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El silencio de la noche...



El silencio de la noche se rompió con el seco sonido de un disparo. Eran las dos de la madrugada y no había nadie por ese callejón, pero lo que yo había oído estaba claro. ¡Era un disparo! Había venido de la esquina de al lado, me armé de valor y fui a ver lo que había pasado. Cuando entre en el suelo vi unas manchas de sangre i más al fondo la figura de un hombre que empezó a correr cuando me vio. Pronto descubrí el porqué de su reacción, en el suelo había un hombre con una herida de bala en la barriga. Me quede un momento paralizado sin saber bien el que hacer, pero pronto se me pasó al ver que ese hombre se movía. Fui corriendo hacia el puesto donde estaba el, descubrí que aún respiraba, llamé a una ambulancia y pronto llegaron. Cuando llegaron también vino la policía, aunque el hombre hubiese salido con vida eso se trataba de un intento de asesinato y tenían que investigar-lo. Tuve que acompañar a los agentes a comisaria, porqué yo era el único testigo de lo sucedido y me tenían que preguntar muchas cosas, aunque yo no pude contestar a muchas preguntas. Lo único que yo había visto era a un hombre alejarse corriendo de la escena del crimen en la oscuridad de la noche, no pude ver nada más, estaba todo muy oscuro.
Al cabo de unos días fui a visitar a ese hombre, que se llamaba Carlos, al hospital. Ya se había recuperado el conocimiento y estaba fuera de peligro. Hablamos durante mucho tiempo, se me pasaron las horas volando. Me dio las gracias muchísimas veces por haber-le salvado la vida, gracias a mis conocimientos de primeros auxilios pude salvar la vida de Carlos. Esa sensación era nueva para mí, pero me encantaba, yo había conseguido salvarle la vida, yo que nunca antes había conseguido nada importante. Esta experiencia me cambió por completo. Hablé de esto con Carlos y me aconsejó. Desde ese momento me empecé a dedicar al mundo de la medicina. Empecé desde abajo del todo i ahora pasados 10 años soy uno de los doctores más importante de este hospital y todo se lo debo a Carlos.
Al cabo de unas semanas Carlos salió del hospital. Justo una semana después detuvieron al hombre que le disparó, se trataba de un vagabundo alcohólico que quería dinero para poder comprar-se bebida.
Carlos y yo somos amigos íntimos desde ese día, cada tarde quedamos en el bar y recordamos viejos tiempos.


Judith Colom