miércoles, 29 de septiembre de 2010

Una recompensa, ¿merecida? (fotografía)

Agradece a la vida todo lo que te pueda ofrecer pues hay veces que no existen las segundas oportunidades.
- ¡Cúralo por favor!
- ¡No puedo, si lo curo me matarán! Me declararán hereje de la patria.
- Usted es monja, ¿va a ofender a Cristo?
- ¡Usted no sabe nada sobre Él!
- Puede que no, pero mi hijo se está muriendo, necesita ayuda urgente y usted es la única que puede hacer alguna cosa. Por favor, si le cura la puedo ayudar. No tengo mucho dinero pero la daré todo lo que esté en mis manos.
- Lo siento de verdad, ¡pero mi valeroso rey me matará si le ayudo!
- ¡Se lo suplico! ¡Sólo tiene 15 años!
- ¡Briggitte, ven aquí corre, los musulmanes están instalándose a los alrededores del castillo, tenemos que irnos!
- No se vaya querida monja, por favor, acepte mis tierras, mis joyas, todo lo que tengo, pero cúrelo por favor.
- Perdóneme Cristo, pero he de marchar, no puedo curarlo.
- ¡Qué Dios la maldiga monja! Celebre en el castillo los días que le quedan, pues usted está maldita y al igual que mi hijo morirá.
Briggitte corrió en dirección al soldado que la protegía en medio de toda la batalla. Entraron por unos túneles subterráneos y llegaron al castillo. Al Castillo de Mur. Era un castillo grande en lo alto de una montaña. Las vistas eran impresionantes, siempre había querido vivir allí. Briggitte se dirigió hacia la cámara del rey donde tenía que explicar el recuento de muertes y heridos de ambos bandos. Ella hacía todo lo posible para contarlos pero no era ni mucho menos una ciencia exacta. Cuando acabó se fue hacia sus aposentos, eran más bien lujosos, una cama, una mesa y una vela acabada de encender. Tenía muchos remordimientos, tenía que haber ayudado al pobre hombre, no se lo merecía. Su rey no le gustaba pero el propio no es que fuese muy diferente. Se fue a dormir pensando: “¿Soy mejor persona por adular a mi Dios y por repudiar el de los demás? Quizás sí, siempre me lo han dicho”.
Briggitte se levantó sudando, no era de día y según la luna todavía faltaba para serlo. Cogió su vela apunto de apagarse y se dirigió hacia la cocina para echarse un poco de agua. Iba caminando y sus pasos era el único sonido que se oía. Se apagó la luz de su vela. Un viento empezó a azotar a todo el pasillo y Briggitte empezó a notar cómo se iba congelando poco a poco, ella pedía auxilio, pero nadie acudía. Gritaba y gritaba. Se despertó, era un sueño, miró hacia la luna faltaba mucho para que fuese de día. Se asustó como una niña pequeña cuando no encuentra a su madre. Aunque no distaba muchos años de ser una niña, sólo tenía 17 años. Y cómo tal, hizo lo que cualquier niña haría, gritar. Cinco o seis hermanas aparecieron y le dieron unas cuantas mantas; ella estaba muy fría, hipotérmica.
A la luz del alba Briggitte se sentía cansada y recordaba las palabras del joven padre: “Celebre en el castillo los días que le quedan, pues usted está maldita”. Y si era verdad –pensó. No puede ser, Él me protege.

La batalla continuaba y Briggitte se preguntaba si de verdad valía la pena luchar por el poder. Quizás no- pensó.
Briggitte sintió la necesidad de visitar el sitio donde pocas horas antes había estado su paciente. Allí había una cruz hecha con palos de madera y en ellos estaba gravado:
“Este era tu Dios, no? Pues así lo he enterrado, cómo usted quería, con una cruz. Pero recuerde que no muere solo, usted caerá con él. Por el nombre del padre, del HIJO, del espíritu Santo,
Amén”.
Briggitte estaba muy asustada, ella no quería morir, al igual que el chico de 15 años. Se sentía impotente, al igual que el padre del chico; se sentía como ellos. Tenía que encontrar al padre, le tenía que pedir disculpas era lo menos que podía hacer. Cogió una sábana blanca y trotó hacia el campamento enemigo. Con mucho valor pregunto: “¿Está aquí el padre del niño fallecido?” Nadie contestó, la miraban con cara de asco, la repudiaban y ella se arrepentía. No lo curó por creer que unas personas son mejores o peores, porque creía que una gente que no quería a Cristo no podía ser feliz y ahora ella lo entendía. Los musulmanes de justo delante suyo se apartaron y dejaron a la vista una gran cruz con el padre clavado en ella. Briggitte gritó, sollozó. Cuando se recompuso dijo: “¿Por qué le habéis hecho esto?” Los musulmanes no contestaban, no entendían lo que decía, pero la repudiaban. Uno de ellos empezó a lanzar flechas a su alrededor, tenía que correr, todos lanzaban flechas, algunas incendiadas, cada vez se acercaban más y más, Briggitte estaba agotada, no podía correr más, se tuvo que parar, creía que no estaba a tiro. Se sentó y miro hacia el río de delante. En el reflejo vio al hijo, más tarde al padre, los dos sonreían.

Una flecha la alcanzó.

(De la redacción a partir de la fotografia)



David López

1 comentario:

Teresa dijo...

De nuevo has hecho una buena redacción con muchos elementos de las leyendas medievales (como Claudia) en este caso. Me parece muy buena idea el estilo directo del diálogo que inicia el relato, le da vivacidad a la acción y la hace más cercana al lector. En cambio, cometes el error de poner frecuentemente el sujeto cuando ya se deduce del verbo y el contexto con lo que consigues el efecto contrario.
Hay otros errores puntuales: uso incorrecto de la preposición (EN los alrededores del castillo y no "A los alrededores", "EN el nombre del...", "Los musulmanes que estaban frente a ella..."o "delante de ella..."), laísmo en "la daré todo...",emplear un tecnicismo que no correspondería a este nivel de lenguaje como en "hipotérmica",escribir "grabado" incorrectamente.
Por último,se es hereje de una religión pero, respecto al rey eres traidor.