miércoles, 29 de septiembre de 2010

El silencio de la noche se rompió con el sonido de un disparo

El silencio de la noche se rompió con el sonido de un disparo. Esta era la única realidad que sabían los demás. Los que pensaban que sabían toda la realidad, los que te miraban diferente mientras por dentro se decían “pobrecito”, los que pensaban que a mi amor solo la atracaron y la mataron y yo no lo vi con mis propios ojos, los que hacían ver que siempre te habían hablado y hacía años que no te hablaban y de golpe te empezaron a hablar por lástima, los que se engañaban a ellos mismos. En realidad miento un poco porque también sabían que había perdido el amor de mi vida y que jamás, jamás! la volvería a ver, aunque yo me engañaba diciéndome que algún día la volvería a ver y le podría decir todo aquello que jamás le pude decir y la podría volver a acariciar y besar.
Pero ya es hora de contar la verdad y de desmentir los demás. Solo os la contaré a vosotros y a nadie más, porque, si no, todavía me mirarían con más lástima y lo odiaría muchísimo.
Veréis, era una noche de invierno de enero, fría muy fría. Yo quedé con mi chica a las diez de la noche para ir a cenar a un restaurante italiano. Faltaba tan solo una semana para casarme con ella, aunque ya llevábamos nueve fantásticos años, desde que éramos unos niños, o mas bien dicho, unos adolescentes, viviendo el mejor amor y el único de nuestra vida. Yo la esperaba en el portal del restaurante, estuve un rato esperándola como siempre mientras miraba el reloj y me desesperaba por besarla. Al final llegó preciosa como siempre y corriendo. Al llegar respiró un poco con su flato y me cogió de la cara, me beso con pasión y se disculpó por su retraso. Aquella cena jamás la olvidaré. Todo el tiempo ella me decía con sus ojos brillantes que me quería. Hicimos planes para el verano, como irnos de crucero, luego hablamos de nuestra futura casa y de los hijos que queríamos tener. Más tarde salimos a dar un paseo por al ciudad. Estaba silenciosa. Tan solo de vez en cuando, cuando pasábamos por delante de un bar, escuchábamos música y ruido.
Entramos en una discoteca donde habíamos quedado con nuestros amigos, estuvimos bailando y bebiendo hasta las siete de la mañana. Al salir me ofrecí para acompañarla a casa. Ella no quería, pero la acabe acompañado y jamás me arrepentiré de haberlo hecho. Fuimos paseando con lentitud, el silencio inundaba las calles, tan solo se sentía nuestra voz y nuestras palabras, nos pusimos por un callejón oscuro. Entonces de golpe un chico más o menos de nuestra edad, alto y con buenos músculos, nos tiró hacia la pared. Mi niña se giró y pensó que era una broma: “Oye no hagas estas bromas, que son bromas muy bruscas muchacho!”. Y el por respuesta la pegó, cosa que le hico ver que no era una broma. Yo salté y le di un golpe como el que jamás había dado y nunca más daré. Aun me pregunto de donde saqué tantas fuerzas. Entonces el me volvió a dar, me cogió de los pelos y me dijo que le diera todo lo que llevara encima. Aunque yo no era un chico de dinero le dí mi reloj, mis collares, escondí el anillo en mi chaqueta (por esto ahora mismo lo tengo en mis manos), mis collares de plata y oro que siempre llevaba encima, y 50 euros que me habían sobrado. Pensé que con todo aquello tendría suficiente para compararse sus drogas, o que se yo. Pero no fue así, porque quería más. Y por mucho que yo le dijera que ya no tenia nada mas, el no me creía. Entonces  sacó una arma y intentó disparar a la única chica que amaba. Yo le detuve poniéndome delante de manera que me dio en la pierna. Me empezó a salir mucha sangre. Ella se agachó y sacó un pañuelo para intentar parar la sangre. Y el la empezó a chillar: ”No te muevas!”. Ella se giró, lo miro con sus ojos brillante apunto de llorar y le dijo que era un fracasado. Fue el momento en que me di cuenta de que me amaba de verdad. Sabía que arriesgaba su vida diciendo aquello. Y entonces, si. El silencio de la noche se rompió con el sonido de un disparo.
El se fue corriendo y yo me quede allí abrazándola, besándola, llorando, mientras le decía que la amaba y que era la única chica que había amado y que amaré. Mas tarde llego la gente, las ambulancias, los policías…
Aquella noche me nacieron dos deseos en mi corazón: matar aquel desgraciado y volver a ver      la mujer de mis sueños.

Dora Sagristà Garcia

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