miércoles, 29 de septiembre de 2010

El silencio de la noche se rompió en el seco sonido de un disparo

Me asomo a la ventana al despertar veo el jardín y recuerdo a Victoria cuando daba aquellos paseos en la brisa de la mañana. Al inclinarse para coger su ramo diario de amapolas se le veía todo su escote moreno y juvenil, que tanto amaba. Al terminar las olía con deleite y se sentaba a la mesa que había al lado de la fuente, cruzaba sus piernas largas y empezaba a leer con atención su libro el PLACER DE AMAR, mientras esperaba que mi compañera le llevase el desayuno.

-          Aquí tienes señora, chocolate caliente con galletas, las trajo su padre de su último viaje a Madrid.
-          Muchas gracias, Irene se puede retirar. Esa era su primera frase del día.

Entonces empezaba a saborear el excitante gusto de aquel manjar. Mientras yo observaba, su piel bruna, sus manos tiernas que acariciaban el dorado color de su pelo con mucha naturalidad, sus ojos marrones atentos en la lectura los cuales expresaban todos sus sentimientos a quien los mirara.
Y que deciros de la paz que sentía cuando sus labios finos tocaban con suavidad en mi mejilla de piel curtida.

Si estaba enamorada de Victoria o  mas bien las dos estamos completamente enamoradas, nos amábamos pero el destino no quiso que fuéramos felices, porque nuestro amor y afecto estaba compartido con su marido, un hombre poderoso y  muy posesivo. Pero todo esto queda en el pasado, en el presente su rostro ya no esta,  solo me queda sus recuerdos y su alma que aun que parezca extraño esta en mi en todo momento y eso me anima. A veces la escucho cantar en el baño esa canción que decía “Yo me voy y tu te quedas aquí”… cuando oigo su voz mis ojos azul- verde  se me llenan de dulces gotas saladas que me van resbalando hasta caer en mi pañuelo de flores donde al instante desaparecen pero se que están allí, aunque son invisibles
Nuestras historia fue una historia, de amor imposible pero eterno como la de Romero i Julieta, una amor entre dos mujeres, una señora  de clase alta y una simple sirvienta. Que termino por temor.
Jamás  olvidaré nuestra primera vez  que sentimos el calor mutuamente en aquella habitación y nuestra ultima vez la del once de enero de 1890, un día de invierno tranquilo  donde los tejados y las fachadas de las casas estaban llenas de blanca nieve cuando el silencio de la noche se rompió en el seco sonido de un disparo.

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