miércoles, 19 de noviembre de 2008

SONARON LAS ALARMAS DE LA CIUDAD

Eran más o menos finales del siglo XIX, la vida era muy dura, la gente tenía que trabajar muchísimo a cambio de un salario muy bajo a final de mes, incluso los niños tenían que trabajar. Era una población francesa del este de Francia, no muy lejos de París. Había unos 300 habitantes en la población, la mayoría de familias trabajaban en la mina unas 12 horas al día a parte en el pueblo había una posada y alguna tienda de comida.
Un día llegó al pueblo un joven de París que lo habían despedido de su antiguo trabajo, consiguió trabajo como minero cobrando 30 céntimos al día.
El joven se hospedó en la posada durante unos días y más tarde su amigo y compañero de trabajo Gerard le ofreció sitio en su casa y aceptó.
Gerard vivía con su mujer y sus 6 hijos, cinco trabajan en la mina, la pequeña no porque acaba de nacer y su madre está al cuidado de ella.
Un día normal como otro todos los trabajadores se dirigieron a la mina dispuestos a hacer su trabajo como cada día y se encontraron una nueva y reluciente máquina de vapor que dejaba sin trabajo a unas 50 personas aproximadamente, mucha gente quedó sin trabajo y volvieron para casa muy mosqueados, los otros se quedaron preocupados por sus compañeros pero hicieron la jornada al completo como cada día.
Al fin de la jornada el joven pero emprendedor chico de París convocó una reunión en la posada a las siete, acudió la mayoría del proletariado.
El joven se mostró contundente y dijo que había que destruir la máquina para que los obreros recuperasen su trabajo, todos estuvieron de acuerdo, la verdad es que eran ignorantes, la mayoría no sabían ni leer.
A altas horas de la noche se reunieron todos en el bosque y unos 170 habitantes destruyeron la máquina, pero uno tuvo un descuido y se dejó una colilla de cigarro encendida que provocó una gran explosión en la fábrica, sonaron todas las alarmas de la ciudad, la gente estaba desesperada y toda la población quedó sin faena, cada día morían y morían más niños. Roger Sánchez

1 comentario:

Teresa dijo...

Roger:
Me gusta la redacción aunque yo la habría dejado justo cuando se produce la explosión. La gracia de un texto muchas veces es lo que se adivina sin decir. Debes dejar que el lector trabaje pues darlo todo masticado resta interés al relato.